Algunos cristianos se consideran espiritualmente muy superiores a aquella jauría citada en el Evangelio, sedienta por el linchamiento de la mujer adultera. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros que vivimos diciendo “no juzgar” no pensamos dos veces antes de entrar en la última ola de linchamiento moral de algún “pecador” en las redes sociales?
No me refiero a esos casos en que tenemos el deber moral de denunciar y rechazar con fuerza algún comportamiento seriamente dañino, como crímenes sexuales, corrupción, fraude, abuso de poder, etc. Ni a las grandes ofensas a la religión, como blasfemias, sacrilegios y herejías.
¡No! Hablo de los “anónimos” que son masacrados por haber cometido actos idiotas de poca relevancia, como publicar una broma de mal gusto en las redes sociales.
Pasa siempre así: una persona común, cuya opinión tiene poco alcance (no es una figura pública, un artista, un líder religioso o político, ni siquiera una celebridad cualquiera) publica alguna broma o foto imbécil.
¿Ésta merece ser criticada por eso?
Tal vez, pero solamente por las personas con quien normalmente interactúa, es decir, sus pocos seguidores. Esa es la limitada red de influencia de un anónimo.
Pero ahí viene un espíritu de cerdo -un paladín de la moral opinativa, un justiciero de la web- y juega a la basura virtual en el ventilador. Y decenas de miles de personas en furia se juntan para destrozar la figura del infeliz don Nadie, que de ilustre desconocido pasa, repentinamente, a la figura odiada por la masa, blanco de las peores plagas e insultos.
Y ¿qué ha hecho la persona para merecer ser atacada por una multitud de internautas? ¿Mató? ¿Robó? ¿Violó? ¿Maltrató niños, ancianos o animales? ¿Dio el spoiler de Game of Thrones?
¿Explotó la fábrica de Nutella?
No… publicó una broma imbécil, que al principio sólo su mamá, dos tías, seis amigos y un primo verían.
Un caso emblemático, de alcance internacional, sucedió en 2013, con el linchamiento moral de la ejecutiva estadounidense Justine Sacco (sobre eso mira aquí la entrevista de Jon Ronson, autor del libro Humillado). Poco antes de irse a Sudáfrica, ella publicó esta desgracia en tuit: “Me voy a África. Espero no agarrar Sida. Es una broma. Soy blanca”.
La repercusión en Twitter fue tan intensa que, en sólo unas horas, la vida de Justine cambió de arriba a abajo. Cuando pisó el aeropuerto de la Ciudad del Cabo, ya había perdido el trabajo.
Un tren desgobernado llamado “patrulla de lo políticamente correcto” había pasado por encima de su reputación. Justine pidió disculpas poco tiempo después, pero aún así continuó siendo hostilizada. Empezó a tener frecuentes ataques de pánico.
Jesucristo, el Dios encarnado, dijo que todos los pecados serán perdonados (menos el pecado contra el Espíritu Santo), pero los patrulleros de Internet decretaron que publicar chacotas cretinas es un crimen sin perdón. ¡Bromistas habladores, teman! ¡Serán odiados igual que los peores bandidos!
En Brasil, la más reciente ola de linchamiento virtual implicó a un joven médico de Sierra Negra, San Paulo. Él publicó una foto suya mofándose de un paciente que dijo “peleumonía” (pneumonía) y “raiosx” (rayos x). ¿Actitud de idiota? Ciertamente. Además de falta de noción al exponer de esa forma la marca de la institución donde presta su servicio.
El post generó muchas reacciones acaloradas, el hecho es que el médico no dijo nombres ni identificó a nadie. Aun así, el paciente dijo que estaba ofendido, el médico fue personalmente a su casa y le pidió disculpas.
El paciente lo perdono y le dijo: “Es una buena persona, que se equivocó”. Sin embargo, mucha gente aún sigue bombardeando a Guilherme con comentarios hostiles.
Evalúa: ¿el mal causado por el post de ese médico fue proporcional a la ira que está atrayendo? ¿Su post estúpido nos permite decir que él es una “basura humana” (ese fue uno de los comentarios que vi sobre él)? ¿Tener la reputación hecha polvo es un castigo justo en este caso?
Si le damos al error ajeno una dimensión mayor de la que realmente tiene, nuestros pecados serán evaluados con el mismo peso y rigor, el día del Juicio. Porque “con la misma medida con que midas, serás medido” (cf. Lc 6,38).
Amar al prójimo como a ti mismo. Nosotros, cristianos, necesitamos ayudarnos a vivir ese mandamiento. No tiene sentido desenvainar la espada para herir mosquitos.
Misericordia, perdón, templanza. Imitemos al dulce Cristo, sin tibieza, sin juicio, sin dejar de hacer -cuando nos toca- la debida corrección fraterna.
Fuente: Aleteia