Hora Santa del Jueves Santo

Imagen relacionadaA continuación os dejamos la Hora Santa que hemos tenido en las parroquias de San Cristóbal de los Ángeles en el templo de San Lucas a las 21 h.

 EVANGELIO Mt 26,36-44 Hora Santa

«Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: —Sentaos aquí mientras voy allá a orar. Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice —Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro a tierra, y suplicaba así: —Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieres tú.

Viene entonces donde los discípulos, y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil. Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras».

PUNTOS  DE ORACIÓN
  1. Comenzó a sentir tristeza y angustia.
  2. No sea como yo quiero, sino como quieras tú.
  3. Velad y orad para no caer en tentación.
Comenzó a sentir tristeza y angustia

El evangelista San Marcos dice «pavor». El Señor se ha separado de los Apóstoles para orar retirado, y se lleva con él a los tres que lo vieron transfigurado en el Tabor.

«Mi alma está triste hasta la muerte, quedaos aquí», y se aleja aún más. ¿Quién podría acompañarle más allá?

El último paso ha de franquearlo solo, en la oscuridad de la obediencia de la fe. Sobre él se han desatado con furia los poderes de las tinieblas.

Humanamente la soledad del Señor es múltiple. De un lado está la huida cobarde que todos van a protagonizar allí mismo. ¡Qué lejos quedan aquellas protestas de otro tiempo! : «Señor, ¿a dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna.» Y aquél: «¡Vayamos y muramos con él!»; y todavía hace unos minutos: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré».

Está la traición de Judas, que no se conmovió en la Cena, ni siquiera al ver a su Maestro postrado a sus pies. Está la despedida dolorosa que hizo —¿podemos dudar de que así fuera?— de su santa Madre. Está el silencio de la noche, cargado de paz otras veces, preñado de amenazas hoy.

De otro lado está una soledad más terrible: la incomprensión de los discípulos que, hasta en esa última cena, habían comenzado a discutir entre ellos sobre quién era el más importante. Que no preveían lo que se les venía encima.

No sólo eso. «Él tomó sobre sí nuestros pecados». En aquel instante, Jesús, que había hecho cola para recibir el bautismo de Juan, pudo sentirse aplastado por todos los pecados y crímenes, injusticias y opresiones, de los hombres de todas las épocas. No quiso sustraerse a la amargura del alejamiento de Dios: solidario de nuestros pecados, de una humanidad sufriente y pecadora.

Y así «el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53,6). En el fondo es un gran misterio, el cómo «la divinidad se esconde» (San Ignacio), y la humanidad padece angustiosamente unos terribles sufrimientos morales, aumentados por la previsión lúcida de los tormentos físicos que comenzarían de inmediato.

Ve considerando todo esto para preparar tu corazón a la oración

(Silencio y oración)

No sea como yo quiero, sino como quieras tú

Mira a tu Maestro cómo ora al Padre: «cayó rostro en tierra y suplicaba». Duélete ahora de esa oración tuya, perezosa y negligente, que no busca sino consolaciones, gustos y «ricas experiencias».

Contempla sin escándalo cómo aquél que desde el comienzo de su vida mortal no hizo sino realizar la voluntad del Padre, suplica tan lastimeramente que, si es posible, pase de él aquél cáliz de dolor.

Tan grande había de ser su desamparo y amargura ante la vista de los padecimientos y humillaciones que le iban a ser infligidos y de la ingratitud de tantos hombres: de aquellos que pedirían a gritos su crucifixión, prefiriendo el indulto de un malhechor, y de aquellos que algún día menospreciarían su sangre, haciendo inútil su Pasión.

Pero su súplica es condicionada: «Que no sea como yo quiero…»

Si su sensibilidad se rebela, su voluntad se identifica plenamente con la del Padre, sea la que sea, cueste lo que cueste: «… sino lo que quieres tú».

Y es esta entrega total a la voluntad del Padre, esta obediencia perfecta, la que te ha salvado en la cruz: obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (F1p 2,8).

(Silencio y oración)

Velad y orad para no caer en tentación

Como tú —como yo— tantas veces, en tanto descuido, en tanto desprecio del amor del Maestro.

Y él nos quiere vigías, centinelas en la noche de un mundo que olvida su Corazón misericordioso, su entrega y su muerte en la cruz para la remisión de los pecados. Nos quiere llamas encendidas en su mismo fuego («he venido a traer fuego a la tierra»): la pasión por el Padre.

A la hora que menos lo esperemos, vendrá el Hijo del Hombre. ¿Qué será de nosotros si no nos encuentra en nuestro puesto? Por eso necesitamos, no sólo velar, sino orar para no caer en tentación.

Perseverar en la oración. Dice San Lucas que «sumido en la agonía, insistía más en su oración» (22,44). Y así debe ser nuestra plegaria, a pesar del tedio, de la sequedad, de la desolación, de la sensación de que no hacemos nada agradable a Dios, de que perdemos el tiempo. ¿Acaso sintió otra cosa el Señor? Y, ¿no tiene él deseos de ser acompañado, consolado, por sus amigos?

Maravillosa cosa es ésta que, separado inconmensurablemente en la distancia y el tiempo, tú puedas hoy acompañar a Jesús en el huerto. Si todo es posible al que cree, ¡con cuánta más razón todo le es posible al que ama!

(Silencio y oración)

ORACIÓN FINAL

Señor mío, ¿qué te puedo decir sino: Ayúdame a orar? Yo también estoy hoy triste: triste de haberte abandonado tantas veces, por cualquier motivo. Tú sabes, mi buen Jesús, que siempre me parece que hay algo más importante que rezar, que nunca encuentro el tiempo necesario. Pero la verdad es que me aterra el «combate» de la oración. Me angustia la sensación de que no soy escuchado, el tedio. Me desasosiega la soledad, y mis pies corren solos hacia la distracción superficial, buscando alivio, encontrando siempre un buen pretexto.

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