EPIFANIA DEL SEÑOR.
El relato evangélico de los Reyes Magos comienza con el deseo de buscar a Dios, de ponerse en camino. Aquí radica el misterio que hoy contemplamos. La historia de la humanidad, la historia del hombre se resume en buscar a Dios, en adoptar una actitud de ponernos en camino al encuentro definitivo con Dios. Alcanzarlo o no, dependerá de que nos dejemos guiar bien. No todas las luces y las estrellas muestran el buen camino. En este tiempo de pandemia, ante tantas dificultades como se nos presentan, tanto de salud como de falta de trabajo, de tanta inquietud en el aspecto social, político, que estamos viviendo, necesitamos la luz, la estrella que guíe e ilumine nuestros pasos y que nos lleve no con pocas dificultades ante el Niño Dios. Necesitamos el consejo de los demás, la compañía de otros para no perdernos, ni abandonar el camino, y poder mutuamente ayudarnos.
Los Magos al llegar ante el pesebre adoraron al Niño. Gesto de respeto, de veneración y de entrega. Al encontrarse con Dios le rinden pleitesía ofreciéndole sus dones. Descubren en aquel niño, al Salvador del mundo y no dudan en regalarle como a un rey. Aquellos regalos hoy nos pueden plantear ¿qué regalamos nosotros a Dios?. No siempre somos generosos dando lo mejor. Muchas veces nos cuesta dar tiempo al Señor en la oración, en la Eucaristía dominical. Tal vez no hemos descubierto a nuestro rey y nos guardamos para nosotros los regalos.
Aquellos tres magos después de adorar al Niño Dios, volvieron a su casa por otro camino. El encuentro con Dios produce en nosotros un cambio, una actitud nueva, un volver a la vida por otro camino. Ya no se va por el camino del odio, del temor, de la duda, del miedo, ahora se vuelve a casa por caminos nuevos, con ideas nuevas y con nuevas esperanzas. Aquí tenemos el compromiso de este día de Reyes, imitar a aquellos Magos, buscando siempre a Dios, descubrirle como nuestro Rey ofreciéndole nuestra vida y volver a ella renovados.
Antonio